Interior, noche, la luz de un generador chispea sobre un
escritorio. Una conversación, dos individuos, uno es personal
burocrático, el otro ciudadano de a pie, el primero lleva chaqueta de
skay, pelo engominado, barba rala, el segundo viste con menos clase,
sostiene una boina de fieltro en sus manos, comparece encorvado y es
interrogado acerca de un incidente con un gato cojo.
—Nombre.
—Gustavo.
—Apellidos.
—Higgins Valdemar.
—Fecha de nacimiento.
—Veintiocho de diciembre de dos mil cuarenta y siete.
—Estado civil.
—Separado.
—Estado mental.
—Separado también.
—Número de Contribuyente.
—Ciento setenta y cuatro mil quinientos diecisiete.
—Dígame, señor… Higgins Valdemar. ¿Dónde se encontraba usted la noche de los hechos?
—Estuve en mi receptáculo, señor.
—Algunos testigos afirman haberle visto en la escena del incidente.
—Subí a la superficie a recoger sal del dispensador comunitario, señor.
—Usted sabe que está prohibido acceder a la superficie después del toque de queda.
—Sí, lo siento señor, mi madre no soporta las transcelgas sosas.
—No es excusa, velamos por su seguridad, no podemos garantizársela si no acata las normas, señor Higgins Valderrama.
—Valdemar. Lo comprendo, señor.
—Describa su periplo al dispensador de sal.
—Pues verá, primero atendí el ruego de mi
madre de prepararle su baño de pies, me dispuse a verter el salfumán
para eliminar los hongos y…
—Por favor, limítese al grupúsculo horario comprendido entre su partida y su regreso al cubil.
—Claro, disculpe. Salí con la mascarilla de
mi cuñado, la mía la tenía a lavar, me quedaba un poco grande así que no
iba cómodo, además usted sabe que a veces el olor de otra persona le
puede transportar así ¡zas! en un instante a otro tiempo y lugar, pues
la mascarilla de mi cuñado me transportó a las rodillas de mi abuelo
cuando era un mocoso.
—Su abuelo.
—No señor, cuando era un mocoso yo.
—Esta información es irrelevante.
—No señor, usted verá, el recipiente de vidrio soplado de cabeza metálica horadada…
—El salero.
—Eso es, señor, el salero, lo llevaba yo con dulzura, si se me permite la antítesis.
—Al grano, señor Hawthorn.
—Higgins. A lo que voy es que una serie de
sucesos inevitables me llevaron a tardar más de lo deseado, sabía que
estaba incumpliendo la ley del toque de queda y a mi madre se le
enfriaba el rehogado, así que decidí apretar el paso, con tal mala
fortuna que el mentado salero se me desprendió de estos dedos
gurruminos.
—El asunto del toque de queda será gestionado
a su debido tiempo, ¿tuvo o no tuvo que ver usted con el desplazamiento
contra natura de Copito?
—¿Copito?
—El gato de la señora Villagordo, su excelsa
vecina. Asumo que ha leído usted el informe clínico y que está en
posesión de sus facultades según el artículo SCAM barra dos, su
declaración será certificada como vinculante y...
—Sí, sí, desde luego, Copito, excelsa. No, yo
no tuve nada que ver. Además, cuando quise acariciarle el muñón me
mordió el malnacido.
—Así que reconoce haber tenido contacto con el denunciante.
—Lo único que le puedo decir es que aquel
gato me recordó a mi abuelo, señor, él estuvo en la guerra del Verano
Insidioso donde perdió una pierna, yo estaba contrariado por haber
dejado caer el salero y no sopesé las consecuencias que se derivarían de
este acercamiento.
—Usted debería sopesar más a menudo. Como sabe, Copito ha interpuesto una denuncia por maltrato psicológico.
—Disculpe mi expresión cetrina, no me hallo en buen estado.
—Quizás un exceso de sal.
—¿Me toma el pelo, señor?
—Aquí las preguntas las hago yo, Valde Higginsmar.
—Higgins Valdemar.
—El afectado pide una compensación por daños y perjuicios.
—¿De cuánto estamos hablando?
—Insisto en que el que pregunta soy yo. Cinco
mil pesercios o treinta y siete meses de servicios sociales, la
Comunidad se encargará de reportar al damnificado la suma
correspondiente aplicando las debidas retenciones y, o, en su caso,
impuestos derivados de los gastos de vacunación, castración y
desparasitación.
—Vamos, que a Copito le va a quedar una sexta parte.
—Yo sólo hago mi trabajo, puede usted
consultar y exponer sus dudas utilizando su chip yugular, siempre que lo
tenga con los papeles en regla, claro.
—Déjelo, acabemos cuanto antes con esta deliciosa diligencia. Me quedo con los treinta y siete meses de servicios sociales.
—Puede usted elegir campo de implantes o
atención al clon deprimido. Aquí tiene los formularios, tiene usted que
escanear aquí su retina, eso es, deposite aquí su dermis y firme con
saliva en el identificador lingual, procure... eso es, no escupir fuera.
Le llegará el resto de la documentación en un periodo de dos mil ciento
sesenta horas, debe permanecer en su cubículo durante este tiempo para
evitar una posible prórroga penal post mortem que se aplicaría a sus
descendientes.
—Pues se lo agradezco mucho, señor.
—¿Va a querer realizar alguna otra operación una vez concluida la presente?
—Sí.
—Un momento, por favor.
—…
—Dígame.
—Pues deme media docena de huevos coloraos y una baguette de poliestireno.
—¿Para llevar o para introducir?
—Para llevar, si es tan amable.
—Aquí tiene, don Guillermo Vladimir Harrods, y por cierto, felices fiestas, parece que se ha quedado buena noche.
6 comentarios:
¡Está genial! Se queda uno con la sensación de que es el fragmento de un libro de ciencia ficción. Que hay más antes y más después, y por supuesto, que le gustaría a uno seguir leyendo, o si no hay más, haber empezado antes.
Quizá algún día publique la correspondencia secreta de Gustavo Higgins Valdemar con su asistenta, eso dejaría una sensación más global de su tiempo.
Genial...! Intrigante! Quiero leer màs.... Espero que sea pronto.
Enhorabuena Rodrigo! :)
Realmente bueno
Gracias a ti, María, por tu cuadro y por los que vendrán. Y gracias Cojoiden, me alegra mucho tu visita, también disfruto leyendo tus publicaciones aunque no comente. ¡Besos!
Ay, ay, glup, glup. Qué agobio. Yo preferiría el post mortem...
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