Foto: Juan García González
En Prosíleon, la región más septentrional de la península de Ornesis, gélidas tierras bañadas por los mares árticos, se asienta la tribu de los psyr. El descubrimiento de esta tribu en la década de los 40 y el estudio realizado por el filólogo argentino Félix Aruelas Corín (1904-1998) han dado lugar a diversos documentos que describen los rasgos de su lengua: el kahrsi[1].
Aunque los lingüistas ponen en duda la posibilidad de identificar o reconstruir idiomas cuya existencia exceda los cinco o seis mil años, algunos afirman que el kahrsi podría ser el más antiguo de la Tierra, anterior incluso a la lengua proto-mundo[2].
Los psyr, con una población de unos quinientos habitantes, han evolucionado al margen de la sociedad moderna durante miles de años, son también conocidos como los supraoculi (ojos grandes) y sobreviven a día de hoy en un valle rocoso horadado por cuevas y complejas estructuras laberínticas, constituyendo también uno de los asentamientos humanos más antiguos y admirables habitados.
El Dr. Aruelas Corín ha detallado la morfología y sintaxis del kahrsi en un extenso compendio de artículos y grabaciones subvencionadas por la BBC, del cual he extraído los rasgos más genéricos (suficientemente fascinantes para el desconocedor y explicados de manera informal en el presente artículo).
Así, nos hallamos ante una lengua única en su género. Las primeras observaciones describen cómo esta tribu parece comunicarse a través de sonidos muy largos, emitidos con la técnica de respiración circular y con sus interlocutores procediendo de manera simultánea. Anota el filólogo que “el aborigen, hallándose solo y, lo que es más sorprendente, durmiendo, resuena constantemente sin aparente interrupción, produciendo una suerte de ronquido cuasi infinito”.
Los estudios iniciales van orientados a clasificar los diferentes sonidos para dar con patrones y estructuras reconocibles, pero la labor resulta ardua y harto complicada dado que, por un lado, dichas emisiones guturales no parecen diferenciarse por su cadencia ni articulación —suenan todas igual, al menos para el neófito—, y por otro, los sujetos de Prosíleon sólo interrumpen su arenga con ocasionales y misteriosos silencios al interactuar entre sí, lo que produce vocablos tremendamente largos prácticamente imposibles de adscribir a un catálogo lingüístico convencional.
Al cabo de aplicar diversos enfoques, el Dr. Aruelas, en un fantástico alarde de percepción tangencial[3], da con la fórmula que rige la maravillosa esencia del kahrsi. Esta lengua no se compone de distintas articulaciones sonoras emitidas por el interlocutor —como toda lengua hablada conocida hasta entonces—, sino de las pausas que interrumpen dichas emisiones. Así, el psyr articula palabras cuando calla; el kahrsi es la ausencia de sonido, es una lengua afónica, silente. No emite, omite. El sonido es su lienzo, el silencio su mensaje.
La asombrosa cualidad sigilosa de este lenguaje contrasta con el murmullo permanente que la rodea, que abruma y aturde a los visitantes al adentrarse en este reducto de la civilización.
De sus múltiples particularidades, cabe destacar el uso potenciado de ciertas habilidades sensoriales en los kahrsi-hablantes. A este respecto, el Dr. Aruelas Corín propone en uno de sus artículos más celebrados el uso del neologismo sentiblo —homólogo de nuestro vocablo—, para designar cada palabra que compone esta lengua (vocare, llamar, por sentire[4], sentir). Una vez estudiado en profundidad podemos saber que el sentibulario kahrsi es incluso más extenso que el vocabulario de cualquier lengua moderna.
La sutileza con que los psyr distinguen cada sentiblo radica en un sentido de la vista y del tacto hiperdesarrollados. (De ahí que sus rasgos físicos destaquen por esos enormes ojos y, como se ha sabido por estudios posteriores, una piel “más avanzada”, repleta de receptores sensoriales similares a los de las yemas de los dedos).
Estos protohombres perciben la ausencia de vibración sonora en el aire y en los objetos y observan a su interlocutor con mirada atenta; en su tradición es más importante lo que no se dice. Han perfeccionado de tal manera la lectura del lenguaje corporal que el silencio es su máxima expresión verbal.
Desde su hallazgo, y gracias a la difusión del trabajo de F. Aruelas Corín, no han faltado escritores y poetas embarcados en la difícil tarea de transcribir este lenguaje desde sus distintas perspectivas. Así, por ejemplo, encontramos la novela sin título del neoconceptual francés Gerard Crustard (1933-2009), íntegramente escrita en kahrsi, cuyos ejemplares no se pueden ni pudieron ser nunca adquiridos en ninguna librería.
Bajo estas líneas se muestran los primeros versos del poema épico Shh (en su transcripción fonética), que narra la epopeya del homónimo héroe sordo en las cordilleras del Epicóndilo Magiar, del poeta inglés Jeremiah W. Ringstone (1937-1969).
Primeros versos de Shh, por J. W. Ringstone.
Refiriéndonos a otras disciplinas artísticas, hay quien ha querido ver un homenaje a la lengua kahrsi en la conocida obra 4’33’’ del compositor vanguardista americano John Cage (1912-1992). (De hecho, aún están por estudiar los artificios musicales con los que los psyr enriquecen su cultura, “maniobras incomprensibles en superficies sonoras, gestos mudos y manipulaciones del aire que aspiran a atenuar la vibración de la Tierra y el Universo”, en palabras del Dr. Corín).
Múltiples y asombrosos rasgos caracterizan la lengua más antigua del mundo, cuya enumeración exhaustiva escapa al ámbito de este artículo. Sin embargo, no quisiera concluir sin una reflexión final. Planteémonos lo fácil de pronunciar que resulta el kahrsi, lo conveniente y sin embargo inusual de su puesta en práctica en las sociedades avanzadas y, a su vez, la cantidad inabarcable de malentendidos y barbaridades que provocamos cuando, en ocasiones, callamos.
[1]. Del griego καηρσι, percepción.
[2]. Proto-mundo (o proto-humano) es el hipotético ancestro común más reciente de todos los idiomas del mundo.
[3]. Teoría de la percepción desarrollada por el filósofo y viajero en el tiempo G. Higgins Valdemar (2047-).
[4]. No es casualidad que la etimología del verbo sentir signifique originalmente oír, atributo que mantienen el italiano y el catalán, por ejemplo.